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“Lo mejor que me pasó en mi carrera de futbolista”

Juan Vicente Miccio, uno de los goles del título.

Por Sebastián Arana

“En cada presentación de Mar del Plata fue el gran definidor. El hombre de la gran velocidad, que también mezcló con habilidad, haciendo un cocktail perfecto para ser figura en las finales“, se escribió en LA CAPITAL un par de días después de la consagración ante Mendoza.

“Si Nardiello, allá por el ’59, era ‘Motoneta’, Miccio, ¿qué és? ¿Un Torino?“, cerraba ese mismo artículo. Juan Vicente Miccio, el destinatario de tanto elogio, autor del segundo gol en la inolvidable noche del título, hoy celebra las Bodas de Oro de aquella consagración de la Selección de Mar del Plata a miles de kilómetros. Con el recuerdo agigantado por la emoción y la nostalgia.

“Chiquito” vive en Castelldefels, a apenas 70 kilómetros de Barcelona, y fue uno de los muchos argentinos que en 2002 optó por emigrar para mejorar su suerte. “En Mar del Plata laburaba como electricista, pero acá tuve que aprender plomería para desarrollar los dos oficios. Soy lo que se llama un lampista. Vivo con mi mujer y tengo enfrente de casa a mi hijo y a mis tres nietos, dos mujeres y un varón. Pero, pese al paso de los años, extraño un montón. Te diría que estoy más pendiente que antes de lo que pasa en Argentina”, confiesa.

En 1970 Miccio tenía 22 años y era uno de los más pibes de aquella Selección Marplatense. Pese a su corta edad, tenía ya un recorrido en el fútbol. Iniciado en General Urquiza (allí jugó entre los siete y los nueve años), hoy dice: “Yo soy de Florida”. En el club de la calle Savio hizo buena parte de las formativas y llegó a la primera cuando aún no había cumplido 14 años y el club “canario” militaba en la segunda de ascenso. “Debuté en la cancha de San José contra Mitre, no me olvido más. Y llegué a jugar algún partido con el ‘Cholo’ Ciano en Reserva”, apunta.

En 1965 jugó completo el torneo de Primera B para San Isidro, marcando varios goles. Pasó entonces a Nación y de ahí al fútbol grande de AFA. Atlanta fue su destino. “En 1968 Don Victorio Spinetto nos llevó en su propio auto, un Peugeot 403, a mí y al Bocha Domínguez. Me ponía a darle de zurda contra un frontón. ‘Te voy a sacar como Artime’, me decía. Pero se fue enseguida. Terminé arreglando un buen contrato, pero no me pagaron nunca.

Vivía en la pensión del club, en la misma habitación que habían ocupado Artime y Gatti. Debuté en primera y me hicieron zafar de la colimba, eso fue lo bueno. Pero a los dos años terminé negociando el pase por la deuda y regresé a Mar del Plata a pulir mosaicos con mi viejo. De todos modos, siempre le voy a estar agradecido a Atlanta por haberme dado aquella oportunidad”, recuerda.

Aldosivi entonces, cuando me volví de AFA, me abrió las puertas”, aporta “Chiquito”. Y a fuerza de buenas actuaciones se ganó un lugar entre los primeros convocados por Abel Pacheco.

Miccio remata en el partido contra Olavarría.

“Fue extraordinario lo que hizo el ‘Negro’, se las tuvo que arreglar sin jugadores de Kimberley, que no los cedía porque jugaba el Nacional. Tuvo que buscar más, pero eligió muy bien. A mí, por entonces, me trataba de usted, después nos tuteábamos. ‘Miccio usted es wing derecho, olvídese de jugar de wing izquierdo conmigo’, me dijo en la primera práctica. Yo era diestro, pero efectivamente en Aldosivi jugaba de wing izquierdo. Y me gustaba porque enganchaba para adentro y tenía todo el arco de frente para patear. Pacheco prefería otra cosa. ‘Usted tiene velocidad y habilitad. Entonces encara, desborda y tira el centro atrás. Y ya está’, me repetía. Era muy simple para transmitir conceptos. ‘Adentro, ya saben’, decía cuando cerraba todas las charlas técnicas. Era un fenómeno”, destaca del entrenador.

Mar del Plata se fue construyendo como equipo con el correr de los partidos. Tampoco “Chiquito” fue titular de movida y recién salió entre los once de arranque en el partido de ida ante Bahía Blanca. “Alternábamos con el Pato Lauge, después fui agarrando ritmo y me quedé con el puesto”, acota.

Miccio se convirtió en una pieza muy importante en el esquema de aquella Selección. Tanto él como Carlos Miori aportaban en los metros finales una velocidad y explosión que complementaba a la perfección las pausas inteligentes de futbolistas pensantes como Osvaldo Mosconi, Roberto Parodi o el mismo Juan Domingo Loyola.

Miccio (7) en los festejos tras la final ganada.

“Siempre recuerdo el gol que le hice a Mendoza en el último partido. Fue una locura, una alegría muy grande. Pero, más allá de lo personal, aquel grupo fue sensacional. Más de veinte personas, ninguno sobresaliente. Hasta el chofer del micro se sentía integrado. Gracias al Negro Pacheco y a Kimberley que no cedió a sus jugadores, fue lo mejor que me pasó en mi carrera de futbolista. Lo pasábamos muy bien, era un grupo muy alegre. Los viajes eran una fiesta, hacíamos bailar hasta el chofer. Y con el micro andando…”, recuerda con alegría.

La Selección le abrió las puertas a México

La repercusión de aquel título fue muy grande. Uno de los “rebotes” fue la invitación que Alberto J. Armando, entonces presidente de Boca, le realizó a la Selección para intervenir en el torneo de verano de 1971.

Jugamos el primer partido con Boca. Esa noche me salieron todas y Roma me sacó un gol impresionante. El Gráfico me puso 9. El ‘3’ de ellos fue Armando Ovide porque Silvio Marzonlini no estuvo. Con Atlanta ya lo había enfrentado en Reserva y me fue bien contra él. Esa noche no me pudo parar. La cuestión fue que de Independiente me dijeron que me querían llevar. Yo lo conocía a Pancho Sá de Atlanta y me lo confirmó. El partido siguiente fue contra ellos, yo tenía una molestia y el propio médico de Independiente me revisó y me recomendó que no juegue. Pacheco no tuvo problemas”, contó Micció.

“Cuando fui a la tribuna me paró un enviado de Pachucha de México y me dijo que me quería llevar y que me invitaba a comer después del partido. Ni llegué a ir a cenar. Le pedí mucho, pero terminé arreglando por la mitad antes que termine el partido. El tipo era el gerente del club, era argentino y se la jugó por mí. Mi casa fue una locura esa noche, la gente de Independiente me tocaba el timbre de madrugada para intentar convencerme, pero yo ya había arreglado con los mexicanos”, continuó.

“Chiquito” jugó cinco años en México y en Pachuca todavía hoy lo recuerdan. “Fuimos con Omar Larrosa. Pachuca es una ciudad más o menos como Balcarce. Me fue muy bien, la gente me quería mucho. Estuve con ellos hasta que descendimos. Como en segunda no se permitían extranjeros, finalmente me cedieron al León que entonces dirigía el “Pulpa” Etchamendi y fuimos subcampeones. Lo único malo fue que el presidente de Pachuca nunca me quiso vender. De León me quisieron antes y América, en una oportunidad, ofreció cien mil dólares por mi pase, que entonces era un platal. Con lo que me correspondía, me hubiera comprado varios departamentos en la zona de La Terminal”, apunta con resignación.

Miccio volvió a Mar del Plata en 1976. “El Colorado Eresuma me convenció para ir a San Lorenzo, me dí el gusto de jugar ese famoso partido contra Maradona, lástima que no me haya sacado una foto con él”, se lamentó con amargura.

Para entonces, el profesionalismo había pasado para “Chiquito”. “Aprendí el oficio de electricista con un cuñado. Jugué dos años en San Lorenzo y fui campeón en 1978 con Kimberley. Ya estaba para retirarme. Un día me invitaron a jugar un picado a Camet y no tenía vendas. Yo siempre me vendé los tobillos para jugar. Fui a comprarlas al negocio del ‘Gallego’ Diez. Me hizo pasar detrás del mostrador. ‘Miccio, ¿usted es pelotudo? ¿Cómo va a dejar de jugar? Véngase a Círculo conmigo. Y fui. Siempre digo que el Gallego me alargó la carrera, le estoy eternamente agradecido. Pasé unos años bárbaros en Otamendi”, rememoró.

Después de Círculo, cuando estaba convencido de que el fútbol era historia para él, un primo, Abel Cerono, lo convenció de ir a jugar a Amigos Unidos de Balcarce. “A él y al hermano, que era el técnico del equipo, les debo haber jugado dos años más. Y ganamos todo esos años. En Balcarce me decían el Viejo Vicente”, resume sobre su última actuación como futbolista.

Después, el desafío de vivir sin la pelota. El viaje a España, los oficios, el proyecto familiar, el desarraigo y la nostalgia. Y el recuerdo de aquellas noches de verano de diciembre de 1970 y de esa Selección de Mar del Plata que fue “lo mejor que le pasó” como futbolista.

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